11 de octubre de 2017

III. El príncipe Donoso (I)

El hombre lobo es un personaje mitológico que puede encontrarse en muchas culturas desde la más remota antiguedad. En regiones como Galicia, aún hoy, se conservan muchas tradiciones relacionadas con la figura del lobishome u hombre lobo. Este personaje suele ser víctima de alguna maldición o de un destino funesto, que le obliga a transformarse en lobo durante las noches de luna llena. En este relato de dos partes, doy una vuelta a esta leyenda para darle una perspectiva algo diferente.

G.Doré, "Le loup devenu berger".

Del matrimonio entre el rey Geminardo y la dama Diana nacieron tres hijos varones. El mayor de ellos fue llamado Welfa, y se convirtió en un hombre valiente y de carácter intrépido, entregado desde muy joven a las tareas más arriesgadas. El mediano, que apenas se diferenciaba en edad de su hermano, recibió el nombre de Eurico. Era un muchacho bien parecido, esbelto y delgado como una caña, de movimientos ágiles y veloz al correr.

El más pequeño de los tres hermanos nació algún tiempo después, una noche de luna llena de primavera, tras una gestación dura y un parto difícil. Su padre temió por su vida, y aún por la de su madre, pero al nacer el niño, dio signos de buena salud. Limpiado y fajado, ya en brazos de su madre, toda la corte observó la belleza del príncipe, y se llegó a decir que su rostro parecía haber capturado el brillo de la Luna que había alumbrado su nacimiento. Recurriendo a la lengua de sus antepasados, la reina Diana decidió entonces nombrarle Donoso, pues tanto ella como el rey consideraban que su último hijo había resultado al fin un don maravilloso.

Donoso creció rápido, mostrando tempranamente la buena condición física propia de sus hermanos. Pero si bien ellos se dedicaron desde muy pronto a las actividades guerreras con gran entrega y entusiasmo, Donoso mostró poseer mayores cualidades para la risa y la contemplación. Mimado por su madre y consentido por sus ayas y criadas, creció acostumbrado a las atenciones de las mujeres, y tomó una gran afición por el sexo femenino.

Cuando alcanzó la adolescencia, Donoso supo compartir sus notables cualidades para las hazañas amorosas con sus otros hermanos. Acostumbraba a salir muchas noches con su hermano Welfa en aventuras y correrías de toda índole, con la intención de enamorar a una joven y arrancarle un beso o una lágrima desde la altura de un balcón, o participaba con Eurico en competiciones atléticas y exhibiciones cuyo único fin era mostrarse y flirtear con las jóvenes doncellas de la corte. Pronto, Donoso se convirtió en el joven más popular del reino y aún del país, y todas las jóvenes doncellas suspiraban por sus miradas y anhelaban fervientemente convertirse en el blanco de alguna de sus atenciones.

Pero aunque todas las jovencitas lo desearan, para Donoso aquella actividad no era más que una simple diversión, en la que encontraba el mismo placer que sus hermanos podían encontrar cazando o realizando pruebas atléticas. Su propia capacidad y habilidades, que no tenían nada que envidiar a las cualidades de sus hermanos, unido a su éxito con las mujeres y a su natural liderazgo, le convirtieron en un joven pagado de sí mismo, negligente y arrogante, que trataba con condescendencia a los demás muchachos. Esta actitud se vio siempre espoleada por el amor de sus hermanos, que nunca se cansaban de halagarle, y por las caricias desmedidas que le dedicaban su madre y sus ayas.

Cuando alcanzó la edad adulta, Donoso se había convertido en un hombre hermoso y soberbio. Con motivo de la celebración de su dieciséis cumpleaños, el rey Geminardo organizó una gran cacería a la que invitó a sus mejores amigos y aliados. Se preparó un concurso en el que se ofrecían valiosos premios en oro y tierras a los ganadores, aquellos que consiguieran atrapar el mayor número de animales o dieran caza al venado o el jabalí más grande.

Acudieron muchos caballeros y cazadores, animados por los premios ofrecidos por el rey. El día señalado, los cuernos sonaron apenas amaneció y muchos caballeros se lanzaron en cabalgada seguidos de numerosos podencos y peones armados con arcos y lanzas de caza. Geminardo salió acompañado de sus tres hijos, que ejercían de árbitros del concurso junto a su padre. En el lugar de honor cabalgaba Donoso, montando un purasangre negro regalo de cumpleaños de su padre. Mientras observaban la actividad de los cazadores, cabalgando animadamente por el bosque, Geminardo tuvo un momento para intimar con su hijo.

- Donoso, hoy has cumplido dieciséis años y es tiempo de que comiences a pensar en tu futuro. Sabes muy bien que tus hermanos han participado desde que tenían tu edad en los asuntos del reino, y tu hermano Welfa incluso ha dirigido ya mis ejércitos en mi nombre.

- Si, padre – le contestó Donoso – conozco mis obligaciones y agradezco mucho vuestro interés.

- Tal vez deberías comenzar a pensar en casarte. Aún eres joven, pero me parece que es conveniente que encuentres una mujer lo antes posible y que comiences a centrarte en la vida adulta, ya que, aunque cuando yo muera tu hermano heredará la corona, es necesario que entre todos apoyéis a Welfa en su posición, y para ello deberías contar tú a tu vez con una buena heredad y una posición fuerte. Dime, hijo mío, ¿existe alguna mujer que te interese?

- Padre, os mentiría si dijera que me he fijado en alguna mujer en concreto. Lo cierto es que para mí todas las mujeres son muy parecidas: todas funcionan del mismo modo y presentan los mismos pensamientos –. Sus hermanos se sonrieron, divertidos ante las palabras fanfarronas de su hermano. Donoso les devolvió la sonrisa, satisfecho por su aprobación, y continuó hablando: - es bien cierto que las mujeres me parecen algo sencillo y banal, y para mí no muestran más encanto que un buen lebrel o una espada bien forjada, ni más dificultad que una carrera o una competición de monta.

- En ese caso – contestó Geminardo, – no te será difícil encontrar una mujer con la que casarte.

- Padre, no estoy interesado en conseguir una esposa. ¿Por qué iba a quedarme con una, si puedo disponer de todas a mi antojo?

- Vas a quedarte con una porque es mi deseo – cortó Geminardo con enfado. Donoso inclinó la cabeza con respeto ante la decisión del rey. Si su padre le pedía que encontrase una mujer y se casara con ella, centraría toda su atención en cumplir su deseo.

Poco después Donoso redobló sus aventuras, acompañado por sus hermanos. Pero ninguna mujer cumplía con las expectativas del príncipe. Pasaba el tiempo, y cuando sus hermanos le apremiaban, Donoso siempre contestaba que ninguna mujer era tan bella como para lucir a su lado.

Finalmente, sus hermanos acabaron por abandonar esas aventuras, cansados de la pasividad del príncipe y ocupados por sus propios asuntos. Donoso prosiguió la búsqueda solo, abandonando la casa de sus padres y cabalgando por las cortes de los nobles y reyes vasallos. Las doncellas y las hijas de los prohombres de todo el reino se le antojaban igual de insulsas y aburridas que las de la corte. Todas ellas eran hermosas a su manera, pero ninguna contaba con unas cualidades sobresalientes que llamaran su atención. Le dirigían sus sonrisas más brillantes y le lanzaban miradas cargadas de amor y de deseo, pero Donoso no encontraba en ellas nada que le despertara más interés del que se dedica a cualquier afición o deporte.

En el transcurso de sus viajes, el príncipe conoció finalmente a una joven llamada Irina. Era hija de un caballero humilde, cuyo castillo se alzaba sobre un bosque en las colinas montañosas al norte del reino. Irina era hija única, y había recibido desde niña todas las atenciones que su padre hubiera querido ofrecer a un hijo varón. Montaba a caballo y manejaba el arco, era rápida en la carrera y sabía comportarse en todo tipo de fiesta. En el tiempo que Donoso pasó en el aquel castillo, Irina demostró ser más fuerte y capaz que el resto de los muchachos de la corte.

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